Aquellas aguas brillantes

Un recorrido por el humedal mas grande de la Argentina - Esteros del Iberá

Llegue a Iberá por casualidad, no estaba planeado, pero una amiga me había comentado sobre su belleza y el magnetismo del lugar.

Ya de por si su nombre de etimología guaraní, tiene su encanto: I-agua-, Bera- brillante-. No esperaba nada, tan solo encontrarme con agua, mosquitos y muchos días de calor. Por suerte, me estaba equivocando….

El llegar hasta Colonia Carlos Pellegrini (pueblo base de los Esteros) ya es todo una aventura: entre 2 o 3 horas de viaje en un camino de tierra, ripio y bastante desnivelado desde la ciudad de Mercedes, sitio al que había llegado después de 8 horas de viaje desde Buenos Aires. 

En el camino la fauna ya nos iba dando la bienvenida con una cantidad infinita de garzas, benteveos, martin pescadores y los amistosos carpinchos, o “capibaras” como los llaman los yankees.

Llegue muy cansada al sitio donde me alojaría esa próxima semana experimentando nuevas aventuras pero la simple alegría de estar rodeada de tanto verde me hizo olvidar que allí, con pleno sol y calor a la tardecita, todo TOOODOO el mundo duerme su aclamada siesta, inclusive los animales.

De todas maneras, teniendo todos estos factores en contra, emprendí mi camino hacia uno de los senderos del parque.  El sol ardía, los ruidos de insectos se escuchaban por doquier: grillos, chicharras y mosquitas me hacían compañía.

Desde el primer mirador, un manto gigante de repollitos y lentejitas de agua cubría gran parte de la superficie de la laguna, lo que hacía parecer que en vez de agua, me encontraba frente a un prado bellísimo de vegetación. Y de repente, en ese verde majestuoso, observo algo raro que se asoma entre la vegetación, una mezcla entre cuernos de ciervo y un bello bambi… ¿pero nadando en medio del agua? Si, así es. Se trataba del mítico ciervo de los pantanos, el cérvido más grande de América del Sur que tiene esa particularidad de poder nadar y escuchar a varios kilómetros con sus enormes orejas.

Asombrada por este descubrimiento seguí emprendiendo mi camino hacia el final del sendero cuando me encuentro en medio de la ruta con uno de los guardaparques moviendo una rama de dos metros contra el piso. Sorprendida le pregunto qué estaba haciendo. –Es que los yacarés se cruzan en medio del camino y corren el peligro de que los pisen-, me contesta. Y así es, que escuchando esas palabras, veo como este prehistórico animal  de un metro y medio de largo (pariente del cocodrilo) se movía en dirección al agua a tan solo unos metros de nosotros. Sabia naturaleza, solo se defiende en caso de ser atacada, y aquí no era el caso ya que este  animal sabía que era por su bien y por ende nunca intento hacernos mal.

Día tras día, Iberá me seguía anonadando no solo con su naturaleza, sino también con la paz y la amabilidad de su gente, que a todo momento estaban súper predispuestos a dar una mano, un mate o simplemente una bella sonrisa.

Finalmente mi semana termino, pero no de cualquier manera. La noche previa a mi partida logre cruzar de costa a costa la hermosa laguna Iberá en lancha. El manto oscuro y brillante del cielo me acompañaban  en este cruce recordándome nuevamente el acertado nombre que en algún momento sus nativos le habían designado….Aguas brillantes…. 

autor: Jesica Porreca

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